Pero en la calle Joaquín Maneiro hay una casa de
arquitectura colonial con un letrerito que dice “Casa amarilla”. Es un taller
de artes plásticas que los viernes en la tarde cede su espacio a la poesía.
Para no desentonar con su entorno, es un espacio que también se dedica a la
misión de alimentar, pero en este caso no al cuerpo sino al espíritu.
Una veintena de personas de todas las edades y oficios
empezamos a reunirnos cada viernes, convocados por Leopoldo Plaz, y lo haremos
religiosamente durante cuatro meses para disfrutar de la promesa de este taller
de escritura poética: la experiencia en la palabra, la que nos hace compartir,
comprender, amar.
Una vez que se entra a ese sencillo salón con objetos de
arte en las paredes y un pizarrón vertical, toda la realidad queda atrás. La
sesión da inicio a las 5:30 de la tarde y todos se esfuerzan por llegar a la
hora. Después nadie tiene prisa por salir.
En este rincón de Pampatar, cada viernes se produce el
acercamiento a la palabra desde los sentidos. El libro de Hanni Ossott titulado
“Cómo leer la poesía” es nuestra brújula en esta aventura, que la propia
escritora ha definido como “la instancia más sagrada de la literatura, es la
conexión con lo divino. En la narrativa podemos establecer una distancia a
veces insondable entre nosotros y lo escrito; en la poesía no hay posibilidad
de distancia entre nosotros y el texto. El texto es una geografía de nuestra
alma, es en definitiva, la esencia de nuestra naturaleza”.
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